En la ecuación de pasar tiempo de calidad con los hijos se ha empezado a incluir una variable que, hasta hace unos 10 años, podía considerarse poco adecuada para un menor. Hablamos de jugar a videojuegos en familia. Pero para romper estigmas sobre este tipo de ocio es necesario que los padres se informen, como asegura Alba Torrego, doctora en Educación y profesora del Departamento de Estudios Educativos de la Universidad Complutense de Madrid: “No podemos partir de que son malos porque depende de cómo los usemos. Las familias deben interesarse sobre de qué van. Igual que cuando compramos un juguete nos informamos de cómo es, con estos productos igual.”
El Estudio sobre el consumo de videojuegos entre la población adulta española y en familia, publicado a finales de 2023 por la Asociación Española de Videojuegos (AEVI), resalta que el 80% de las familias juegan con sus hijos, frente al 36,2% del año 2015. Y entre quienes pasan tiempo con la consola, más de la mitad considera que este tipo de ocio digital estrecha relaciones entre padres e hijos. “Es importante el matiz en familia, porque lo esencial es el hecho de que cuando jugamos juntos estamos creando vínculos y estamos construyendo recuerdos”, explica la psicóloga social Julia Iriarte, especialista en juego, creadora de la web Bebé a Mordor y de la asesoría psicolúdica Ludia Asesoras, que fomenta e informa sobre los beneficios que conlleva jugar.
Algunos de los beneficios cognitivos de jugar a videojuegos en familia tienen que ver con el aumento de los reflejos, la actividad mental o la orientación espacial, como desarrolla Iriarte en el primer capítulo del libro colaborativo EDU-Gamers. Recursos videolúdicos para una sociedad educadora (Héroes de papel, 2023). Pero lo principal, como añade la psicóloga, es la conexión con los hijos, incluso con los adolescentes. “Una mujer me escribió después de un taller supercontenta porque había podido conectar con su hijo adolescente, con el que sentía que había perdido contacto. Él no pensaba que su madre pudiera jugar y ella no pensaba que pudiera encontrar un videojuego que les gustase a los dos”.
Para la educadora y coach Valeria Aragón, la comunicación con los menores también es el principal beneficio de jugar a videojuegos en familia, aunque matiza que hay muchos otros que pasan desapercibidos. En su canal de YouTube Burradas Educativas, en el que cuenta con más de 11.000 seguidores, apuesta por observar a los menores cuando juegan porque esto permite “conocer a nuestros hijos, ver cómo toman decisiones y bajo qué criterios lo hacen”. También considera que el cambio de rol, donde es el menor quien explica a los padres cómo hay que actuar, permite comprobar sus habilidades comunicativas y cómo estructura el mensaje para que los progenitores puedan entender. Y, por último, cómo buscar soluciones a los distintos retos que presente el juego se puede extrapolar a la vida diaria: “A veces, hay pantallas difíciles de superar. Le propones otra opción, otro camino, cuando no puede salir y lo consigue. Si mañana tiene un problema de matemáticas que se encona, puede volver a esa experiencia del videojuego y buscar otro recurso para resolverlo”.
Elegir en familia
Otra de las variables a la hora de apostar por el ocio digital en el hogar es el tipo de juego que, como apunta Torrego, “depende de la edad de los menores y no tiene por qué ir encaminado a ser educativo o que te enseñe inglés o matemáticas”. De hecho, Iriarte considera que la elección del videojuego tiene que incluir los gustos de todos los miembros de la familia, y añade que uno de los factores por lo que los padres rechazan este tipo de actividades es porque lo consideran que no es tiempo útil. “No se está viendo al videojuego para lo que es”, recalca, “siempre estamos buscando ese ocio útil, lo cual es una pena porque no tiene que ser útil, tiene que ser ocio, es decir, tiempo de descanso”.
Algunos de los juegos que recomienda la psicóloga son los tipo party, “que tienen minipruebas para toda la familia”. También los de cantar, bailar, los de deporte o de plataformas. Siguiendo la recomendación de la Organización Mundial de la Salud, Iriarte recuerda que no haya pantallas hasta los seis años, “pero muy excepcionalmente se puede jugar con un pequeño de tres años a alguno de bailar o cantar”. De hecho, el mínimo PEGI (Pan European Game Information), que es el código de autorregulación que identifica a qué edades están recomendados los videojuegos, es de tres años. Alejandro Fernández Barba, product manager de Nintendo Ibérica, así lo confirma. Y aclara: “Existe un control parental en nuestros juegos, que es un bálsamo de paz para los padres”.
La edad mínima para jugar, el famoso PEGI, y el control parental es otro de los grandes temas de debate en las familias. Según el estudio de AEVI, el 80% de los jugadores conoce las medidas de control parental y un 67% de familias con menores en el hogar las utiliza, pero hay un 13% que no lo hace. Iriarte pone el ejemplo del juego de multiplataforma Fortnite: “Pasa mucho, porque el PEGI es 12 y las familias no se informan. Entonces, no te asustes porque tus hijos jueguen a un juego cuyo contenido no era apto para ellos”. Por eso, avisa la psicóloga, lo más recomendable es poner la consola en el salón: “Es un espacio compartido, común, para que juegue todo el mundo. Un momento familiar. Si se guarda en una habitación es más complicado el control”.
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